La otra cara de las juntas de vecinos: la conciliación imposible de los administradores de fincas

Cuando pensamos en una junta de vecinos, solemos imaginar discusiones sobre presupuestos, reparaciones o la elección de presidente. Lo que casi nunca se piensa es en la persona que está allí, sentada hasta casi la medianoche tomando notas, respondiendo dudas y organizando acuerdos: el administrador de fincas.

Las juntas se celebran habitualmente a partir de las 20:00 horas, cuando los vecinos ya han terminado su jornada laboral. Es lógico para la mayoría, pero para el administrador significa comenzar otra “jornada” justo cuando su día debería estar terminando. Después de pasar toda la mañana y parte de la tarde en la oficina, llega la noche… y empieza la reunión. Y no hablamos de una excepción ya que la  temporada de juntas para un administrador puede durar nueve o diez meses con reuniones casi todos los días de la semana.

El resultado es claro: conciliación familiar cero. Llegar a casa entrada la noche, perder cenas con los hijos, no poder planificar una rutina personal y todo esto en una profesión que, a diferencia de muchas otras, ni siquiera está reglada legalmente. Ese vacío hace que se acumulen responsabilidades sin que existan límites claros ni reconocimiento suficiente.

La sociedad suele olvidar que el administrador de fincas no es un vecino más, sino un profesional externo contratado para dar orden a la vida comunitaria. Sin embargo, su trabajo se desarrolla en un marco difuso, donde todo se le exige y muy poco se le protege.

Los propietarios valoran contar con alguien que ponga paz en las reuniones, que organice las cuentas y que gestione problemas urgentes a cualquier hora. Pero rara vez se piensa en la carga que supone para quien desempeña ese papel. No hay horarios fijos, no hay descanso real, no hay apoyo institucional. Y, al final, se trata de personas que también tienen familia, que también necesitan un tiempo propio y que merecen que su labor sea reconocida y dignificada.

La reivindicación es clara: es hora de que la sociedad y las propias comunidades sean conscientes de que la figura del administrador de fincas vive atrapada en un vacío legal y en un modelo laboral que no permite conciliar. No se trata de pedir privilegios, sino de reclamar un mínimo de respeto, reconocimiento y adaptación a los tiempos.

Porque sin administradores de fincas, la convivencia en muchas comunidades sería aún más complicada. Y si queremos que este trabajo siga atrayendo a buenos profesionales, es necesario empezar a mirar más allá de las cuentas y de las actas, hay que mirar a la persona que está detrás y que sostiene el funcionamiento de nuestros edificios.